“… Leemos en un antiguo manuscrito que en el año de 1776 visitaron la caverna de Icod D, Jose Monteverde, D. José y D. Agustín de Bthencourt y D. Cristóbal Afonso. Este último, que la visitaba por segunda vez, había escrito acerca de la primera expedición unas poesías, de que insertaremos algunas estrofas. Llevaban aguja de marear, recado para hacer fuego, esca lera de mano, soga y cuerdas para medirla. Recorrieron unas tres mil seis cientas sesenta y seis varas (3 kilómetros, 80 metros) en el espacio de seis horas poco más ó menos. En el extremo del brazo ó galería cuya dirección era hacia el lugar (hoy villa) de Icod encontraron una raiz de higuera de media pulgada de grueso, que penetrando por una grieta descendía recta hasta el suelo, donde estaba arraigada. Indagando por la dirección del compás se averiguó que la tal higuera estaba próxima á la ermita de San Antonio. Desde aquella galería sigue otra hacia la caleta de San Marcos, de tres á cuatro varas de ancho y de ciento ochenta yseis varas (156’24 m.)de largo, que contiene de un extremo á otro, arrimadas á los lados, innumerables osamentas de guanches, y en el centro tal cantidad de polvo, que los transeuntes se enterraban en él hasta las rodillas.—Á poca distancia de esta caverna, hacia el Poniente, hay otra de una sola galería, de doscientas varas (167 metros), en cuyos costados existe un poyo continuado, y en un extremo un pilar, del que arrancan dos arcos, obra toda esta de la naturaleza. Bajo uno de estos arcos y sobre el poyo se encontró la osamenta de un joven, rodeada de un cerco de pequeñas piedras. En la inspección de ambas cuevas se emplearon siete horas, incluyendo el rato que se gastó en comer. He aquí algunas de las estancias de D. Cristóbal Afonso.
En este pues lugar fanoso,
si no de los mayores, populoso,
cuyos principios, por algún descuido,
sus archivos los guardan en olvido;
que de la vista se muestra temerosa,
porque su obscura boca es tan estrecha
que de penas para entrar nos abrió brecha.
Entramos todos por la horrenda boca;
pero en su entrada é distancia poca,
manifiesta una altura,
con capaz latitud, arquitectura
que en reglas toscas de las brutas peñas
da de ser natural muy ciertas señas;
dudoso el paso, lóbregos sus huecos,
catéstrofe infeliz de huesos secos,
obscuro caos, tértaro profundo,
caverna obscura del tremendo mundo.
Como de doce pasos, poco menos,
es el hueco primero de sus senos:
lo primero que vieron nuestros ojos
fueron éridos huesos, que en despojos
encerrara en sus arcas
la anciana Atropos, una de las Parcas,
que después de acabar con sus afanes,
los ponía al cuidado, de los manes:
no se oyen voces en aquestos huecos,
sino lo que responden nuestros ecos.
Temerosos pasamos adelante,
porque vimos tres siglos de un instante;
bajamos una fosa, en que ligera
nuestra industria se puso de escalera:
con las manos y pies fuimos bajando,
aunque mejor diré fuimos rodando
hasta llegar al centro,
que tanta admiración ‘encierra dentro:
¡válgame Dios, qué espacio,
aunque lóbrego, tiene este palacio!
Vuelto el rostro al ocaso,
é la mano siniestra muestra un paso,
que pasando un estrecho
es preciso doblar un poco el pecho:
esta primera vez no lo pasamos,
que con mucho respeto lo miramos;
en otra ocasión sí; mas esta gloria
déjola é aquel, que cantó victoria,
no solo por pintarla,
que también la cantó por transitarla.
Hasta aquí tuvo aliento el tibio pecho:
pero aquí se bajó un feo estrecho
como de treinta pasos,
que llenaba el deseo de embarazos;
Salimos del estrecho que contamos,
y apenas salimos, cuando entramos
en otra sala mayor, que su figura
mete miedo á la noche más obscura:
caminamos abajo
sin cansancio ninguno ni trabajo;
porque su planitud abriendo paso
no nos sirvió de estorbo ni embarazo:
agradable nos guía de una fuente
el suave murmurar de su corriente.
Tendrá esta cueva obscura,
medio cuarto de legua de largura,
esto es, lo que anduvimos,
que lo demás, ya dije, no lo vimos:
dicen algunos que su asiento
tiene Eolo en la cueva, que es del viento;
lo más cierto, que el fuego abrió esta gruta
que aunque la tierra se resiste bruta,
de su ardor oprimida,
a sus volcanes les franqueó salida;
con tan fuertes razones,
vienen del Pico estos bocarrones.
(…) Aun quedarán muchas cavernas en Tenerife, á las cuales no haya llegado el antropólogo ni el coleccionista. Lo malo será que se les anticipen nuestros labriegos, por lo demás muy honrados, y que desfaciendo aquellostesoros prehistóricos,.empleen el resto, como lo han hecho repetidas veces,en abonos. Por supuesto que si llegan á entender que todo aquello tiene algún valor, no tardarán en ponerle un precio á lo menos regateable, ya quepor su honradez ó ignorancia no quieran, ó no sepan, dar gato por liebre á algún incauto.
En el siglo XVII se hablaba de mas de veinte cuevas en Tenerife con los cuerpos de sus reyes y otras personas notables, cuyo lugar era un misterio para la mayoría del pueblo guanche y sigue siéndolo para nosotros. El Sr. D. Manuel de Ossuna y Van den-Heede, en su notable opúsculo “impresiones de viajes é investigaciones científicas”—Santa Cruz de Tenerife, 1912—habla de la cueva que con permiso de los descendientes de aquella nación visitó en el territorio de Güímar, en 1652, un señor médico y comer ciante que residía en Tenerife (asunto de que también trató Viera en el tomo primero, página 179, de sus Noticias), y dice que á juzgar por los grabados que desde 1667 hasta nuestros días la han dado conocer, no es la del barranco de Herque. Según le informó el Sr. D. Antonio González Guanche, vecino del Palmar, existe una gruta cerca del camino inmediato la Cruz de tea, á occidente de la Isla, que aun no ha podido ser examinada. Como estas, repetimos, existirán muchas en Tenerife. La montaña de la Cruz de tea se eleva a 2207 metros sobre el nivel del mar…”